Sebastián no parecía notar que había hecho algo fuera de lugar. Mientras Luciana lo miraba fijamente, se terminó toda la sopa, cucharada tras cucharada, bien tranquilo.
—La sopa de tu papá está buenísima —comentó, como si siguiera saboreando—. Tiene un toque dulce.
Aunque lo dijo con toda seriedad, a Luciana le sonó raro, y eso la hizo sonrojarse de nuevo.
No se atrevía a levantar la mirada para verlo a los ojos.
Bajó la cabeza y se quedó mirando la sopa que aún tenía en su tazón. No sabía si seguir tomándola o dejarla.
En ese momento, Catalina regresó con un plato grande de frutas frescas, ya lavadas y cortadas.
—Fruta de postre —dijo sonriendo y lo puso sobre la mesa.
Antes, los platos de Catalina siempre eran un desastre, pero desde que abrió una tiendita donde vende su comida, hasta aprendió a hacerlos bonitos. Este plato de fruta se veía de revista.
Mariano puso un tazón pequeño con fresas frente a su hija.
—Están dulcecitas.
Luciana levantó la cabeza.
—Gracias, papá.
—Ay, mi niña