Toc, toc...
María bajó las escaleras siguiendo a Sebastián.
—Hermano, ya no eres un niño. Hace rato que estás en edad de casarte. Es normal que mamá esté ansiosa —en la familia Campos, Sebastián era el único hijo varón. La presión se entendía.
Sebastián respondió, seco:
—Ocúpate de lo tuyo.
María apretó los labios mientras lo veía subir al auto. Después sacó el teléfono y le marcó a Brooks.
Le contestó de inmediato.
—Ven a casa ya.
—Listo —respondió él.
En Avanterra.
Luciana se reunió con su clienta.
El asunto era más complicado de lo que decía el expediente.
—El esposo de la mujer con la que mi marido me engañó... es militar. Ahora quieren acusarlo de haber roto un matrimonio militar —dijo la clienta, cabizbaja.
Tenía la mirada apagada y unas ojeras marcadas. Parecía que no dormía desde hacía días.
Luciana levantó una ceja. Ese tipo tenía bien merecido lo que le pasaba.
—Eso no te toca a ti —respondió.
—¿Hace cuánto pasó? —preguntó Luciana, manteniendo el tono profesional.
—Unos diez