Luciana asintió.
Sebastián dio el primer paso.
Luciana lo siguió, caminando con dificultad, lenta y un poco torpe.
Sebastián bajó el ritmo para esperarla.
—Abogado Campos, si quiere puede ir usted primero —dijo ella, con la voz llena de vergüenza.
Sebastián miró a su alrededor. No había transporte disponible.
Y el club era grande; todavía les faltaba bastante para llegar a la salida.
—Es mi culpa. Es tu primera vez montando, seguro estás adolorida —dijo.
—¿Quieres que te lleve en brazos?
Luciana quedó sin palabras al principio.
—No, no hace falta.
Tosió para disimular.
—Estoy bien. Puedo caminar sola.
Sebastián bajó la mirada. Sus ojos se posaron un momento en sus piernas.
—¿Segura?
Luciana asintió.
—Segurísima.
Prefería soportar el dolor antes que dejar que Sebastián la cargara.
Además, eso era algo que solo se hacía entre personas muy cercanas, ¿no?
Sebastián era su jefe.
No podía permitirse una situación así.
Entre un hombre y una mujer, era mejor mantener una distancia razonable.
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