Resultó que Sebastián era el dueño del lugar.
—¿Entonces si vengo en el futuro será gratis? —bromeó Luciana.
—Sí, gratis. Siempre estará abierto para ti. Puedes venir cuando quieras —respondió Sebastián.
—Gracias —dijo Luciana.
Montar a caballo le había dejado una sensación de libertad y descanso que le encantó.
Como abogada, solía estar bajo mucha presión.
Definitivamente era una manera excelente de desconectarse.
Cuando el auto entró a la ciudad, Sebastián se detuvo de golpe junto a la acera.
Luciana pensó que tenía algún pendiente y no dijo nada.
Pero cuando regresó, traía varias cajas de medicina y se las entregó.
Entonces ella notó que estaban junto a una farmacia.
—Abogado Campos, esto... —dijo al recibirlas, sin ocultar la sorpresa.
—Es para activar la circulación, desinflamar y calmar el dolor —explicó Sebastián mientras encendía el auto sin mirarla.
Luciana, recordando su incomodidad, juntó las piernas sin llamar la atención.
—Gracias, de verdad, abogado Campos...
—La próxima