Sebastián estacionó y ambos se bajaron.
Luciana se paró bajo el sol, observando el cielo azul y las nubes blancas. La luz iluminaba el pasto suavemente, dándole a todo un brillo especial.
Desde donde estaban, el centro ecuestre se veía enorme.
—Vamos —dijo Sebastián, y comenzó a caminar hacia el interior.
Luciana asintió y fue detrás de él.
En poco tiempo llegaron a la recepción.
Apenas vio a Sebastián, el gerente salió para recibirlo personalmente.
—Bienvenido, señor.
Él asintió sin mostrar mucha emoción.
Lo trataba con mucho respeto, como si lo conociera desde hacía tiempo. Era evidente que Sebastián venía a menudo.
—Llévala a cambiar de ropa.
La ropa que llevaba Luciana no servía para montar; necesitaba algo apropiado.
—Claro, señorita, por aquí —el gerente le habló con tono cortés y la guio.
Luciana respondió:
—Gracias.
Incluso llamó a una asistente para que la ayudara.
Toda la ropa era nueva. Luciana no sabía si debía pagar algo, pero parecía que todo ya estaba cubierto.
Probablem