Luciana se mordía el labio, entre nerviosa y emocionada.
Sebastián sonrió.
—Vamos.
El caballo era altísimo, ella ni de broma podía subir sola. Sebastián le pasó las riendas, se acercó al costado del animal, se agachó y la levantó de las piernas para ayudarla a montar.
Ya arriba, Luciana sintió vértigo. Estaba muy alto, y el caballo no dejaba de moverse.
—¿Seguro que este caballo me va a aceptar? —preguntó, dudando.
—Claro que sí —le contestó Sebastián.
—¿Eh? —Luciana ya quería bajarse.
—No, en serio. Prefiero uno sin dueño. ¿Y si me tira?
—Tranquila, estoy aquí.
Sebastián se subió detrás de ella sin esfuerzo, tomó las riendas y la agarró por la cintura.
—No tengas miedo. No voy a dejar que te caigas.
Quedaron tan pegados que Luciana sintió el cuerpo de él envolverla por completo. Su silueta encajaba perfecta, como un rompecabezas.
Podía notar cómo le latía el corazón. Se tensó al instante.
Sebastián se dio cuenta y le murmuró al oído:
—Tranquila.
Su aliento le llegó directo a la oreja