¡Andrés tampoco cedió! Los dos hombres se agarraban mutuamente del cuello mientras Andrés, con cierta dificultad para hablar, escupió sus palabras:
—Alejandro, ¿sabes qué? Desde que supe de tu aventura con Vanessa, sabía que jugabas con fuego. Me quedé observando en absoluto silencio cómo destruías poco a poco el amor de Luciana. Nunca creí que ella consumiera drogas, pero me callé. Quería ver si eras tan estúpido como para desconfiar de ella y creerle a esa hipócrita, y lo fuiste.
—Pensaba esperar a que la mandaras a prisión y ella perdiera toda esperanza en ti para entonces ayudarla a limpiar su nombre. Pero tanto tú como yo subestimamos su fortaleza; se salvó ella misma. Alejandro, desde el preciso momento en que contraatacó en el tribunal, su amor por ti murió. Tú mismo lo mataste poco a poco...
—¡Maldito! Deseando a mi mujer en secreto. Seguramente tú le contaste lo de Vanessa... —gruñó enloquecido Alejandro.
—¡Despierta! —rugió Andrés—. No soy tan ruin como crees. ¡No estaba cieg