Daniela se escabulló para echar un ligero vistazo y específicamente preguntó al médico, quien le aseguró que solo eran heridas superficiales, nada fatal. Chasqueó la lengua, decepcionada:
—Qué lástima.
Le escribió a Luciana: [Fui a verlo. No se murió.]
Luciana miró el mensaje sin responder, terminó su último trago, pagó y salió tambaleándose del bar. Dos jóvenes que la habían estado observando sigiloso desde dentro - una mujer hermosa bebiendo sola - la siguieron con malas intenciones cuando salió.
Bajo la luz de la farola, Luciana sacó despreocupada su celular: eran poco más de las nueve. Los círculos de luz la envolvían mientras su sombra se proyectaba larga sobre el pavimento. Era temprano, pero se encontraba en el callejón trasero del bar, una zona solitaria donde raramente pasaban taxis.
Sintiéndose incapaz de regresar por su cuenta, llamó en ese momento a Daniela. La llamada conectó rápidamente:
—Daniela, estoy algo ebria, ¿puedes venir por...?
No pudo terminar la frase cuando un