—¿A dónde vamos? —preguntó el taxista.
—Al mercado de flores y mascotas.
Luciana recordaba que profesor Manolo le había pedido a Olivia que le comprara una maceta. Ahora que estaba jubilado y en casa, seguramente se aburría.
Pensó en comprarle unas flores para que las cuidara.
Al llegar al mercado, encontró el lugar iluminado y lleno de vida. Los puestos estaban bien alineados: había plantas, loros, gatos, perros y peces dorados.
Le llamaron la atención dos peces dorados, con cuerpos redonditos y ojos grandes y saltones.
Eran adorables.
No pudo evitar pararse a preguntar.
—¿Son fáciles de cuidar? —preguntó al dueño.
—Facilísimos —respondió él.
Luciana lo pensó un momento.
—Me llevo dos —dijo señalando.
—Esta amarilla y esta roja. También necesito una pecera de vidrio y comida para peces.
—¿Qué pecera quieres? —preguntó el dueño.
—Esa redonda, bien ancha —respondió ella.
—Perfecto.
El hombre llenó la pecera con agua, sacó los dos peces y los puso dentro. Luego le dio una bolsa con comid