María levantó la cabeza y lo miró.
—Tu olor... me encanta.
Alejandro solo se irritó más.
—¿Estás loca o qué?
María cerró los puños y le dio unos golpecitos en el pecho, juguetona.
—Loca de amor, hasta tu respiración me gusta.
***
Ding...
El ascensor se detuvo.
Alejandro la apartó con brusquedad y salió del elevador.
María sintió un nudo en el pecho y pateó el suelo con frustración, pero al ver la altura desde donde estaban, se puso blanca y bajó con cuidado.
La verdad, le daba miedo.
Estaban a ochocientos metros del suelo. Solo pensarlo le daba vértigo.
Alejandro se sentó en una mesa junto a la ventana. Miró a su alrededor, no vio a Luciana, y su expresión se puso aún más amenazante.
María se acercó y se sentó frente a él, ignorando su actitud.
—Ni siquiera me esperaste...
Alejandro suspiró con fastidio.
—¿Vas a comer o no? Si no, nos vamos.
María apretó los labios.
—Sí.
—¿Qué quieres pedir?
—Lo que sea...
Alejandro ni siquiera la dejó terminar. No quería oírla hablar.
María tenía los