Era Enzo Palmieri, uno de los abogados del bufete, que venía acompañado por alguien que parecía un cliente.
Justo en ese momento, vio a Luciana con el semblante alterado y apurada. Eso llamó su atención.
¿Por qué estaba tan alterada?
En el bufete corrían rumores de que Luciana y Sebastián tenían algo… ¿sería cierto?
En los ojos de Enzo se encendió la chispa del chisme.
Probó suerte con una pregunta.
—¿Todo bien, Luciana?
De una vez, Luciana puso cara de que no pasaba nada.
Sebastián mantenía la calma.
—¿Qué necesitas, Enzo?
Enzo lo miró y encontró una expresión completamente seria.
La chispa del chisme se apagó de inmediato.
—Necesito hablar contigo de algo —respondió rápido.
—Pasa —dijo Sebastián, caminando hacia el sofá para sentarse. Su mirada, aunque sutil, tenía un poder invisible que lo dominaba todo. Su sola presencia imponía respeto, como un volcán durmiente.
Aunque Enzo era uno de los abogados veteranos, frente a Sebastián no era más que una hormiga.
No podía comportarse como