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Capítulo 22 — Como si nada hubiera ardido

Nora

La sábana está arrugada a mi lado.

Vacía.

Fría.

Mis dedos buscan a tientas, sin darme cuenta.

Un gesto lento, instintivo. Como si mi mano se negara a aceptar lo que no encuentra.

Como si el calor de su piel, la presencia de su cuerpo, todavía debiera estar ahí.

Justo ahí.

Pero no hay nada.

La tela es lisa, desierta.

Solo queda el vacío, tangible, cruel.

Mi corazón se aprieta. Un nudo que late lentamente bajo mi pecho.

Me incorporo con lentitud, como si cada músculo hubiera envejecido en una noche.

Mi cabello cae en mechones desordenados alrededor de mi rostro. Mi piel está desnuda, aún sensible a las caricias de la noche anterior.

Pero ya no hay nadie para avivarlas.

La habitación está bañada en una luz pálida, ajena.

Las cortinas filtran un sol seco, demasiado directo.

La magia de la noche se ha evaporado, disipada en el aire inmóvil.

Solo estoy yo.

Y este silencio.

Este silencio enorme.

Escucho atentamente. Nada.

Sin pasos en el pasillo
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