Capítulo 7
Al mencionar al niño, el dolor que Liana había obligado a reprimir terminó por abrirse paso, extendiéndose poco a poco dentro de ella.

La luz brutalmente blanca del techo, el olor penetrante a desinfectante en el aire, el frío que le caló hasta los huesos después del legrado.

Había cosas que jamás lograría olvidar.

También recordaría para siempre el dolor de sentir cómo le arrancaban algo de la carne y la sangre.

Ahora, pensándolo bien, quizá el niño ya lo había presentido.

Por eso llegó y se fue en silencio.

Como si hubiera venido solo para ayudarla a cruzar una prueba que no le pertenecía.

Cuando terminó la reunión, Lucía le pidió a Fabia que le enviara una copia de las actas.

Fabia traía el enojo atorado en el pecho y respondió de mala gana:

—Todavía no están listas.

—Entonces mándamelas cuando lo estén.

—Estoy hasta el cuello de trabajo, ¿de dónde voy a sacar tiempo para eso?

Lucía frunció el ceño y le lanzó una mirada.

Fabia siguió recogiendo la sala de juntas por su cuenta, sin hacerle caso.

Solo cuando Lucía se fue, Liana habló con calma:

—Acuérdate de algo: no lleves tus emociones al trabajo. En Nova eso no está permitido. Si quieres llegar más lejos aquí, no te conviene ofender a nadie, y menos a alguien con un rango más alto que el tuyo.

—Es que no es justo para ti.

—No hay justo ni injusto —el rostro de Liana volvió a endurecerse.

Para ella, el amor nunca había sido un intercambio equivalente.

Que ella tratara bien a Xavier era cosa suya.

Cómo él respondiera, era su elección.

Nunca intentó poner un signo de igualdad entre ambas cosas, porque hacerlo solo la llevaría a sufrir.

Ella amó a Xavier. Por eso apostó su futuro, renunció a la oportunidad de estudiar en el extranjero, se quedó a su lado para emprender juntos y apoyarlo desde las sombras.

El resultado no fue el que esperaba, pero jamás se arrepintió.

Aceptar la derrota, pagar el precio y salir a tiempo era lo único que debía hacer ahora.

A veces, el mayor enemigo en la vida es uno mismo, atrapado dentro de la fortaleza que construyen sus propios pensamientos.

Aun así, el final de una relación siempre deja cansancio, tristeza.

Solo necesitaba un poco de tiempo.

Ella saldría adelante.

***

Antes de la hora de salida, Liana le mandó un mensaje a Lucía.

Le dijo que toda la información de los proyectos del tercer departamento ya estaba organizada y que, si la necesitaba, podía llevársela en cualquier momento.

Lucía respondió casi de inmediato.

“Secretaria Liana, ¿podrías llevar los documentos a la oficina de Xavi? Acabo de volver al país y todavía no conozco bien el entorno empresarial local. Necesito que Xavi me ayude a analizarlo.”

Lo decía “Xavi” con una cercanía descarada.

Y él jamás la corrigió.

Liana recordaba perfectamente cuánto le molestaba a Xavier que, dentro de la empresa, alguien se refiriera a él sin usar su cargo.

Durante siete años, ella lo había tenido muy claro.

En la empresa o en cualquier evento social, siempre fue “jefe”.

Siempre estaba muy cumplida, cuidadosa, impecable.

Ahora, visto en retrospectiva, todo parecía un chiste.

Las reglas de Xavier existían solo para los demás.

Y ella era de “los demás”.

Con la mujer que le gustaba, nunca ponía límites.

Después de responderle a Lucía con un “recibido”, Liana apiló los documentos ya organizados junto con los que necesitaban la firma de Xavier y se dispuso a llevarlos a su oficina.

Antes de levantarse, sacó del cajón la carta de renuncia que ya había firmado y la colocó entre los documentos destinados a él.

No sabía si Xavier la firmaría, pero el procedimiento debía cumplirse.

Liana cargó la pila de carpetas y caminó directo a la oficina de Xavier.

Como siempre, tocó la puerta y entró sin esperar respuesta.

Ese era el único privilegio que él le había concedido.

Al ser su secretaria, tenían demasiados asuntos laborales en común.

Para ahorrar tiempo y mejorar la eficiencia, ella podía entrar sin esperar.

Con los años, ese gesto se había convertido en memoria muscular.

Así que tocó y empujó la puerta.

Las palabras aún no salían de su boca cuando el corazón se le hizo un nudo brutal al ver la escena frente a ella.

Lucía estaba sentada sobre el escritorio de Xavier, inclinada hacia él.

El rostro de Xavier estaba peligrosamente cerca del pecho de ella.

La intimidad del gesto superaba cualquier límite imaginable.

—Ay.

Lucía fingió sobresaltarse por la interrupción y cayó directamente en los brazos de Xavier.

Él frunció el ceño y le gritó con frialdad a Liana:

—¿No sabes tocar la puerta?

Liana quiso decir que sí había tocado.

Pero en ese momento, cualquier explicación parecía inútil.

—¡Ni una pizca de modales! ¿Así haces tu trabajo?

El hombre tenía el rostro helado y el tono afilado, como si hubiera olvidado por completo que ese era un privilegio que él mismo le había dado.

—Perdón. No volverá a pasar —dijo Liana.

Porque no habría una próxima vez.

Lucía alzó por fin la cabeza del pecho de Xavier. Sus mejillas estaban sonrojadas, suaves, como recién acariciadas.

—Xavi, no seas tan duro. Liana no lo hizo a propósito —dijo con voz dulce y coqueta.

Luego sonrió hacia Liana.

—Vienes a dejar los documentos de los proyectos, ¿eh? Déjalos en el escritorio, ahora mismo no puedo recibirlos.

Liana bajó la mirada, concentrándose en sus propios pasos, y colocó los documentos sobre el escritorio.

—Hay algunos archivos que requieren la firma del jefe.

—Está bien, puedes salir —ordenó Lucía, como si fuera la dueña del lugar.

Xavier también habló:

—Si no es necesario, no vuelvas a entrar a interrumpir. Ni tú ni nadie más.

El pecho de Liana se estremeció. Apretó los dedos que le temblaban levemente.

—No volverá a pasar.

Era una promesa.

No supo cómo logró salir de esa oficina que la hacía sentir sin aire.

Solo recordaba que, antes de irse, Lucía seguía sentada con absoluta calma en los brazos de Xavier.

Con mucha tranquilidad.

Y él no hizo ni el menor intento por apartarla.

Estaba furioso porque ella había arruinado su momento, ¿no?

En siete años de conocerse, era la primera vez que Liana veía a Xavier perder el control.

Como si toda su calma y racionalidad hubieran sido una fachada.

Tal vez los hombres solo pierden el dominio cuando están frente a la mujer que aman.

Si no, ¿cómo explicar que, a plena luz del día, terminaran llevando el deseo hasta un “aventura en la oficina”?

En cuanto llegó la hora de salida, Liana apagó la computadora y se levantó.

Los demás en la oficina de secretaría se quedaron con los ojos abiertos de par en par.

Después de todo, Liana era famosa en Nova por ser una adicta al trabajo, con el récord anual de horas extra.

Desde que asumió las funciones del tercer departamento, prácticamente vivía en la empresa.

Y ahora, ¿salía puntualmente?

Era simplemente increíble.

Apenas cruzó la puerta del edificio, el celular volvió a sonar.

Era Dacio Verdugo.

En otras ocasiones, Liana habría colgado sin dudar o buscado cualquier excusa.

Dacio era un cazatalento.

La había intentado reclutar incontables veces, siempre sin éxito.

Pero esta vez, Liana contestó sin pensarlo.

Del otro lado, Dacio se quedó tan sorprendido que casi olvidó para qué había llamado.

Liana tomó la iniciativa:

—Señor Dacio, ¿tiene tiempo para cenar conmigo?

Él se emocionó de inmediato.

—¡Claro que sí! ¡Siempre tengo tiempo si es para ver a la señora Liana! ¿Qué se te antoja? ¡Yo reservo el restaurante!

—Si se puede, algo ligero. Mi estómago no anda muy bien.

—¡Perfecto! ¡Sin problema! Hago la reservación y te mando la ubicación. ¡Nos vemos en un rato!

—Nos vemos.

Liana pasó primero por casa a cambiarse de ropa antes de ir a la cita.

El piso que rentaba no quedaba lejos de la empresa.

Era caro, sí, pero estar cerca le facilitaba las jornadas largas y las horas extra.

Xavier nunca lo entendió. Siempre se quejó de que el lugar era pequeño y desordenado. Solo fue una vez y nunca volvió.

Cuando la necesitaba, simplemente le decía que fuera a su casa.
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