Apenas Ignacio terminó de hablar, Telma salió de la casa con un joyero exquisito entre las manos, sonriendo de oreja a oreja.
Al ver el joyero, a Liana se le apretó el pecho, con una mezcla amarga de acidez y tristeza.
Telma colocó el joyero sobre la mesa frente a Liana.
—Esto lo dejó la mamá de Xavier —dijo Ignacio—. Dijo que era el regalo de compromiso para la futura nuera. Ya es momento de entregártelo.
Telma, feliz por Liana, insistió:
—¿Qué esperas? ¡Ábrelo!
Liana levantó la mano y rozó suavemente el joyero. Sintió la garganta cerrarse.
En otros tiempos, seguramente habría sido muy feliz.
Porque aquello significaba que Ignacio la aceptaba por fin.
Pero en ese instante no había alegría, solo un profundo pesar.
Tras respirar hondo, Liana empujó el estuche de vuelta hacia Ignacio.
Sacó a relucir la calma que había aprendido navegando durante años en el mundo de los negocios y habló con la mayor serenidad posible:
—Lo siento, Ignacio, creo que voy a tener que defraudar su buena intenc