¿Que Xavier no era exigente con la comida?
Eso sí que fue el chiste más absurdo que Liana había escuchado en todo el día.
Nunca había conocido a alguien tan maniático como él.
No comía la mayoría de las verduras, no tocaba el cordero ni el pescado, y además tenía exigencias ridículas con la forma y la textura de la comida.
¿A qué nivel?
Por ejemplo, si pedía costillas en salsa, tenían que estar cortadas exactamente del mismo tamaño; si alguna pieza se veía fea, simplemente no la comía.
Tampoco soportaba nada pegajoso ni demasiado blando.
En resumen: un catálogo completo de mañas insoportables.
En siete años, las veces que habían salido solos a comer podían contarse con una sola mano.
Cada vez, Liana preparaba todo con anticipación: investigaba restaurantes, revisaba menús, solo para no cometer el más mínimo error que pudiera hacerlo perder el humor.
Y ahora, él tenía el descaro de decirle a Lucía que no era quisquilloso.
¿De verdad una persona podía ser tan doble cara?
Liana sintió que