Los aplausos aún resonaban en mis oídos como un eco lejano. Uno que contrastaba con el nudo en mi estómago.
La reunión había sido un éxito rotundo. Todos los inversionistas querían ser parte. Cada palabra, cada presentación, cada proyección, había sido como una coreografía perfecta entre Mathias y yo. Parecíamos invencibles. Fuertes. Un equipo sólido. Casi… una pareja.
Las felicitaciones llegaban una tras otra. Algunos incluso insinuaban que nuestro “amor” era el secreto del éxito de esta nueva alianza empresarial. Sonreíamos, asentíamos, pero la verdad era mucho más compleja. Mucho más rota.
Cuando salimos del salón principal, Mathias me tomó de la mano con suavidad para ayudarme a bajar un par de escalones. Su tacto era cálido, seguro… y me removió por dentro. No por amor. Sino por culpa.
Yo no era solo una empresaria feliz. No era solo una “prometida falsa” de uno de los hombres más influyentes del país. Era una mujer embarazada, con un bebé creciendo dentro de mí, y un corazón que