Los salones del hotel brillaban. Cristalería, trajes impecables, inversionistas de todo el mundo. Era la reunión más importante , y Mathias y yo nos habíamos preparado. Cada paso había sido impecable. Cada presentación, cada detalle, cada discurso.
Y ahí estábamos: frente al éxito.
Todo iba perfecto… hasta que lo vi.
Primero no fue su rostro. Fue su nombre, discretamente oculto detrás del de una empresa inversora de bajo perfil. Lo supe cuando Franco, uno de los organizadores, se me acercó y dijo:
—Ana… este nuevo socio pidió mantener anonimato hasta el cierre. Pero ya no puedo ocultártelo. Viene de parte de Ariztizábal. Fue Fabián quien autorizó todo.
Sentí cómo se me helaba el cuerpo. ¿Fabián? ¿Aquí? ¿Después de todo?
Y como si mis pensamientos tuvieran eco, lo vi entrar.
Fabián.
Imponente. Traje oscuro. Mirada fría. Dominando el espacio como si aún tuviera algún derecho sobre mí. Como si no hubiera desaparecido. Como si no hubiera arrasado con mi vida.
Mathias lo notó de inmediato.