No sé en qué momento todo empezó a despegar tan rápido. La alianza con Mathias había sido un éxito rotundo. En menos de un mes, varios inversionistas de renombre comenzaron a interesarse en el proyecto. Nuestras agendas estaban llenas, las presentaciones impecables y los medios… bueno, los medios nos amaban.
“La pareja de jóvenes empresarios que revoluciona el mercado”, decían los titulares, aunque una y otra vez dejábamos claro que no éramos pareja.
Yo ya no corregía. Que dijeran lo que quisieran. Si hablaban, era porque estábamos haciendo ruido.
Me levantaba temprano. Trabajaba sin pausa. Me estaba volviendo buena. Realmente buena. La hija de los Gutiérrez empezaba a hacer nombre por sí sola, con voz propia. Y Mathias… era el socio ideal: equilibrado, ingenioso, paciente.
Esa noche, asistiríamos a una gala de cortesía para las nuevas promesas empresariales. Era elegante, sobria, el tipo de eventos donde cada gesto era interpretado como estrategia.
—¿Lista? —preguntó Mathias desde el