Desperté entre sus brazos.
La luz se colaba por la ventana y su respiración cálida rozaba mi nuca. No quería moverme. No quería arruinar ese momento en que todo se sentía tan… completo.
Pero era lunes. Y había que volver a la realidad.
—Buenos días —murmuró Fabián, medio dormido, apretándome contra él con fuerza.
—Buenos días —susurré sin girarme, solo acariciando suavemente su brazo.
Nos quedamos unos minutos más así, envueltos en la quietud de la mañana, hasta que el deber nos jaló de la cama.
Mientras nos alistábamos, no faltaron sus miradas lujuriosas en el espejo, sus manos traviesas rodeando mi cintura, y los besos que se me perdían en la clavícula.
—No tardes mucho —dijo bajito, en tono sugerente, besándome el cuello—. No quiero llegar tarde… aunque llegaría tarde contigo mil veces.
—Idiota —reí mientras me ponía la blusa—. Ya vamos, jefe.
Salimos rumbo a la oficina tomados de la mano. Su carro se deslizaba entre el tráfico como si nada pudiera perturbarnos. Y por primera vez,