Capítulo 21

Quedamos el resto de la tarde perdidos entre las labores, cuando llegaba la hora de terminar mi jornada laboral, me fui casi de un brinco corriendo, y justo en el ascensor me encontré con Fabian - a donde vas Ana ? - dijo con desdén

- Recuerda tu cena de hoy - dijo tomándome la muñeca para ir a el estacionamiento

- ¿ No sería apropiado cambiarme ? - pregunte más como una excusa que porque realmente quisiera

- Quieres arreglarte para el - dijo con la mandíbula tensa - pues ni modo nos iremos así - dijo sin más halando hasta el estacionamiento

Nos subimos al carro y casi o fue silencioso e incómodo, realmente Fabian se veía furioso.

El carro se detuvo frente a uno de los restaurantes más reconocidos de toda la ciudad. Fachada moderna, valet parking y un letrero dorado que brillaba como si supiera lo que estaba por ocurrir adentro. El lugar donde las figuras más influyentes cerraban tratos, fingían matrimonios felices o tenían cenas que terminaban en secretos bajo las sábanas de hoteles de lujo.

Fabián descendió sin decir palabra. Rodeó el auto y abrió la puerta del copiloto. No porque fuera un gesto caballeroso, sino porque no quería perder el control.

Yo bajé, insegura. La noche estaba fresca, y mi corazón golpeaba como si supiera que estaba a punto de ser arrastrado, una vez más, a esa guerra silenciosa entre el orgullo y el deseo.

Apenas dimos unos pasos, Thomas ya nos esperaba en la entrada con esa sonrisa arrogante que le nacía fácil, como si no tuviera un solo conflicto interno. Vestía con elegancia, pero lo que más destacaba era la confianza con la que se adueñaba del espacio.

—¡Ana! —dijo con entusiasmo mientras abría los brazos—. Pensé que no llegarías. Te ves… wow —sus ojos recorrieron mi cuerpo sin ninguna discreción.

—Hola, Thomas —respondí con una sonrisa contenida, apenas educada.

—Fabián —agregó, dándole un apretón de manos—. Qué gusto, hermano. Esta noche será interesante.

Fabián apenas sonrió, apenas movió los labios.

—Veremos qué tan interesante —respondió seco, y se adelantó para ingresar al restaurante.

Nos acomodaron en una mesa privada, alejada del bullicio general, con vista panorámica a las luces de la ciudad. Thomas, muy seguro de sí mismo, jaló la silla para que me sentara.

—Aquí, Ana. A mi lado, claro —dijo con una sonrisa encantadora, y aunque quise protestar, sentí la presión de la mirada de Fabián y no supe por qué… obedecí.

Fabián se sentó al frente, cruzado de brazos, como si observara un interrogatorio y no una cena informal. Su mirada viajaba entre Thomas y yo con una intensidad que me quemaba, pero que disimulaba bajo una expresión de aparente fastidio.

—¿Y bien? —empezó Thomas—. ¿Qué quieren pedir? Ana, tú primero. Lo que quieras. Esta noche es especial.

—No es una cita —aclaré, bajando un poco el tono al sentir la mirada de Fabián clavarse en mí.

Thomas rió.

—No aún —dijo, levantando su copa vacía en señal de brindis.

Fabián no disimuló el resoplido que soltó. Parecía estar a punto de estallar, pero no lo hacía. Sólo apretaba la mandíbula y miraba con desdén el menú, sin leerlo realmente.

—¿Y cómo te ha ido en la empresa? —preguntó Thomas, girando hacia mí sin soltarme la vista—. Me imagino que con semejante jefe, las cosas deben ir… calientes.

Casi me atraganto con el agua.

—Quiero decir, intensas —corrigió con una sonrisa—. Todo un reto, ¿no?

Fabián alzó una ceja.

—Ana hace lo que puede. Algunas veces más, otras… ni eso —soltó con tono hiriente, como si su veneno fuera sutil.

—Eso no fue lo que dijiste esta mañana cuando me mirabas el pecho como un perro en celo —le respondí sin pensar, en voz baja, sin mirarlo, pero con una sonrisita tan falsa como el protocolo.

Thomas se rió fuerte, sin filtro.

—¡Eso me gusta! Una mujer con carácter.

—Sí —dijo Fabián, muy despacio, observándome—. Tiene carácter. Aunque se le olvida cuando se quita la ropa.

Sentí que me ardían las mejillas, y no sabía si por la rabia, la vergüenza o esa maldita adrenalina que siempre me recorría cuando él me hablaba así.

—Disculpa, Thomas, ¿tú sabes lo que es querer algo que sabes que te hace daño y aún así no poder soltarlo? —pregunté con sorna, sin despegar los ojos de Fabián.

—Sí, pero en mi caso, cuando algo me gusta, lucho por ello. No lo destruyo —respondió con una mirada seria que me desconcertó.

Por primera vez, Fabián bajó la vista. Su mandíbula temblaba de rabia contenida. Su copa de vino tintineó en su mano.

Y yo… yo estaba en medio de ambos, deseando que esta noche terminara rápido, pero al mismo tiempo, sintiendo que apenas comenzaba el verdadero juego.

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