Capítulo 117

Me levanté despacio, con la fuerza que me quedaba. Apenas puse un pie fuera de la cama, un dolor agudo me atravesó el abdomen como si mil agujas se me enterraran al mismo tiempo. Me doblé un poco, contuve el aire, pero no solté ni un gemido. No quería que nadie se diera cuenta. No ahora.

Caminé hasta la mesa y fingí normalidad. Tomé un pedazo de pan, lo mordí, y masticar me dolía más que el propio dolor físico. No me sabía a nada, pero quería aparentar que estaba bien.

Matías me observaba desde el sillón, con esos ojos llenos de miedo y ternura.

—Ana… —dijo despacio, como si midiera cada palabra—. Lo mejor es que nos mudemos de hospital. Yo pagaré todos los gastos, no tienes que preocuparte por nada. Pero tienes que concentrarte en ti, en tu salud… en el bebé.

Tragué saliva y negué con la cabeza.

—No, Matías. Yo no me voy a rendir tan fácil. Yo… yo necesito quedarme aquí. Con Fabián.

Vi cómo cerró los ojos con impotencia, pero no insistió. En cambio, respiré hondo y marqué al médico.
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