Abrí los ojos con dificultad. Todo me parecía borroso, como si despertara de una pesadilla que no recordaba del todo. El olor a desinfectante, el pitido de la máquina, las luces blancas… estaba en el hospital.
Me incorporé apenas, confundida, buscando alguna cara conocida. Y justo en ese momento, una enfermera de cabello rizado y sonrisa amable entró con una bandeja.
—Tranquila, señorita Gutiérrez —dijo al verme agitada—. Está bien. Fue llevada por un hombre muy guapo. Se quedó afuera, insistiendo en que la atendieran de inmediato. Parecía realmente preocupado.
—¿Quién…? —mi voz sonó débil.
—No sé su nombre, pero... parecía modelo de revista. O príncipe. Una cosa impresionante —bromeó la enfermera, intentando aligerar el ambiente. Yo apenas pude sonreír.
Pocos minutos después, la puerta se abrió de nuevo. Y ahí estaba Gerard.
—¿Tú…? —dije sorprendida.
—Sí. Yo. Tranquila, Ana. Te vi desplomarte en el supermercado. Corrí a ayudarte. No podía dejarte ahí. Ya estás mejor —dijo, acercándos