La tarde había caído sobre la ciudad, tiñendo el horizonte con un velo dorado que poco a poco se desvanecía en sombras alargadas. Desde su oficina en el piso treinta y ocho, Sofía observaba cómo las luces de los edificios comenzaban a encenderse como estrellas artificiales, marcando el inicio de la noche. Aquella vista, que solía reconfortarla, hoy no bastaba para calmar el temblor contenido en su pecho.
Tenía una reunión. Pero no una cualquiera.
Era con él.
Max Smith.
Ajustó la solapa de su blazer con manos firmes, aparentando una calma que no sentía. Los documentos sobre la mesa estaban en perfecto orden, el proyector listo, el café servido. Todo preparado. Todo bajo control. Todo… menos su mente.
Desde que recibió la confirmación de su llegada, cada minuto había sido un repaso involuntario de recuerdos que prefería dejar enterrados. Besos robados en pasillos del instituto, noches de confesiones a media voz, y por supuesto… la traición.
Un golpe suave en la puerta la devolvió al pre