Ajustando cuentas (4ta. Parte)
Tres días después
Sídney
Joseph
Rastros, huellas, testimonios... Todo forma parte de un crimen. Cada error es una grieta. Cada palabra fuera de lugar, un posible disparo directo a tu libertad. Si de verdad quieres que un crimen sea perfecto, tienes que borrar cada rastro. Limpiar cada gota. Hacer que parezca que nunca estuviste ahí. Pero incluso así, no hay garantías. Siempre existe la posibilidad de que algo se te escape. Un gesto, un nombre, un rostro que no calculaste. Hasta el criminal más meticuloso puede fallar. Es cuestión de tiempo, de azar, o simplemente de un mal día.
Por eso, la clave no es solo cometer el crimen perfecto. La clave es construir la coartada perfecta. Ser el tipo que jamás levantaría sospechas. El amigo intachable. El socio confiable. El ciudadano modelo. Porque si pareces inocente, si proyectas esa imagen con la suficiente fuerza, entonces puedes pararte sobre un cadáver y nadie te mirará dos veces.
Y si en el camino hay alguien que ve demasiado, alguien que