Ajustando cuentas (3era. Parte)
La misma noche
Port Stephens, cerca de Sídney
Ian
Alguien dijo que no hay partida perdida hasta el final, sino cobardes. Y yo lo entendí tarde… demasiado tarde. Porque no importa cuán mal se vea el panorama, cuán jodido estés, basta un movimiento estratégico —uno solo— para cambiar la situación a tu favor. Pero claro, eso depende de ti: de si decides rendirte con la primera tormenta o si estás dispuesto a quemarte por completo para ganar.
Puede ser que te sientas acorralado, sin salida, con todas las piezas en tu contra. Que mires a tu alrededor y veas a tu enemigo con ventaja, con el control de todo. Pero aprendí que incluso cuando estás de rodillas, incluso cuando ya nadie apuesta por ti, esa desventaja puede ser tu mayor arma. Porque el enemigo se confía, baja la guardia, y ahí… justo ahí es cuando puedes lanzar tu último ataque, tu último movimiento, con todo lo que te queda.
Es como en el ajedrez. El rey puede estar contra las cuerdas, pero si sacrificas a tiempo, si sabes cuándo