Ojo por ojo (3era. Parte)
Al día siguiente
Sídney
Amber
Trampa, anzuelo, carnada… no importa cómo lo llames, el fin es siempre el mismo: atrapar a tu presa. Pero para eso, primero debes estudiarla, diseccionarla en silencio. Conocer sus debilidades, sus gustos, sus aficiones más banales. Ese pequeño hilo invisible del que tirar sin que lo note. La clave está ahí: hacerlo irresistible.
Y si eso implica pararte justo al borde del abismo, coquetear con el riesgo, vender una mentira tan pulida que hasta tú por momentos te la creas… entonces lo haces. Sin pestañear. Porque esto no es un impulso, se requiere de cálculo. De cada palabra dicha con el tono perfecto. De cada mirada que no delate el asco. De cada caricia que no tiemble, aunque por dentro te estés deshaciendo.
Una trampa bien puesta es un acto quirúrgico. Sin adornos. Sin excesos. Porque si exageras, pierdes. Y aquí no hay margen para errores. O lo entierras para siempre… o te arrastra con él.
No había mejor trampa que una despedida de soltero para que ca