Cuando escuchó las palabras de su hija la señora Sarita Perkins se aferró al brazo de su esposo tratando de transmitirle calma, pero sentía en sus dedos la tensión del comandante y podía escuchar cómo su respiración se aceleraba.
–No pueden venir aquí a influenciar a mi hija de tal modo que quiera abandonar todo por lo que ha luchado para perseguir una ilusión –bramó sin poder contener su ira.
–Papá, por favor, George y yo nos amamos.
–¿Cómo te vas a enamorar de alguien que ni siquiera ves con frecuencia? –preguntó su hermano en un intento de apoyar a su padre.
Hermano, he tenido largas conversaciones con él y no creo que quede algo que no sepamos de nosotros, muchas veces, ves a alguien todos los días y te aseguro que no llegas a saber lo que esconden su mente y su corazón –replicó Mary Ann mirando fijamente a Luna, quien desvió la vista evitando verla a los ojos.
–¿Cómo es eso de que aplicaste para otro trabajo? –quiso sabe