Raffaella intercambió miradas con su hija y a las dos no les quedó más remedio que reírse ante las palabras de Tiberius, quien, ciertamente, se había convertido en un hombre celoso y sobre protector no solamente con Beatrice, sino que Raffaella descubrió esa faceta en él desde las primeras horas de casado.
Sin embargo, lo toleró, lo aceptó y le encantaba lo posesivo que era el magnate de la seguridad con ella, que había conocido el fuego y la pasión en sus brazos, sensaciones que no habían desaparecido con el tiempo, sino que, por el contrario, y, aunque parezca imposible, Tiberius y ella encontraban cada día alguna razón para enamorarse más uno del otro.
Él se desvivía por los detalles hacia ella, la homenajeaba sin razón alguna cada cierto tiempo, todos los días le decía lo mucho que la amaba y en la intimidad la derretía con cada gesto, así que Raffaella no se cansaba de agradecer por haber cedido a los encantos de Tiberius.
Lamentablemente no pudieron tener más hijos, porque tanto