Raffaella, con la cabeza apoyada en su hombro, dibujaba círculos en el torso de Tiberius con la yema de su dedo índice, él acariciaba la curva de su cadera desnuda con su dedo pulgar al tiempo que depositaba, de vez en cuando, pequeños besos en su coronilla.
–¿En qué piensas? –indagó él.
–En que esto parece un sueño.
–No lo es, estoy aquí contigo, al fin te tengo como debió haber sido siempre.
–¿Siempre? Entonces…, ¿por qué no decías nada?
–No lo sé, tal vez nunca lo sepa o quizás temo aceptar que guardé silencio por cobardía, aunque debes reconocer que cuando necesité ser valiente actué en consecuencia.
–¿Qué sigue ahora entre nosotros?
–Que te quedes conmigo, construiremos una vida juntos en Nueva York.
–No estoy segura de que pueda mudarme a Nueva York –dijo, en el fondo sintiendo ansiedad por lo que dijo de construir una vida juntos–. Yo tengo varias semanas trabajando con el señor Remi