Se separaron por falta de aire, entonces él la miró y había lágrimas rodando por sus mejillas, Tiberius las enjugó con sus pulgares, seguidamente besó su frente, sus parpados aún cerrados y la punta de su nariz, desplegaba una ternura inusitada en él, pero era lo que le nacía en ese instante, era lo que deseaba ofrecerle a esa mujer que había ocupado su mente día y noche.
Terminó apoyando su frente en la de ella, sosteniendo todavía ese hermoso rostro entre sus manos, volvió a unir sus labios esta vez con suavidad, con reverencia, con delicadeza para no romper esa burbuja en la que se habían sumergido.
–Debemos volver –dijo ella en un tono muy quedo–, la comida debe estar servida.
–No quiero comer, solo quiero quedarme así contigo.
Raffaella no respondió, solo apoyó con mayor firmeza las manos que tenía sobre su pecho y lo empujó presionando más, lo apartó solo un poco, pero fue suficiente para separarse y comenzar a caminar hacia el salón. Tiberius la alcanzó