Dos meses después, una mañana de un domingo cualquiera, Ignacio entraba a la habitación, donde Evana se desperezaba recién despertando, con una bandeja entre las manos portando un delicioso desayuno.
–¿Qué significa esto? –preguntó ella sentándose y sonriendo al verlo.
–Desayuno en la cama para la mujer que llena mis días y mis noches.
–Ay que tierno, esto es un gesto muy romántico –dijo lanzándole un beso.
–No mi hermosa dama, nada de besos al aire, quiero sentir tus labios divinos en los míos.
–¡Dios! ¿Qué tienes hoy? Siempre eres atento, pero me parece que me estás dando una dosis extra esta mañana.
–Tú disfruta del desayuno.
Ignacio miraba de soslayo hacia la puerta que había dejado entreabierta a propósito y donde los gemelos esperaban, escuchando atentamente todo lo que sucedía entre sus padres en el interior.
Evana comenzó a untar mermelada en una tostada y de pronto le preguntó:
–¿No vas a desa