Nadie estaba allí.
El baño, que en otro momento habría sido un refugio para quienes buscaban un instante de soledad o un respiro de la multitud, ahora estaba vacío y en silencio.
Mayte, sin embargo, no sabía que la razón de esa soledad era un letrero que indicaba que el baño estaba descompuesto, un aviso que había desviado a la mayoría de los asistentes a otros lugares.
La confusión reinaba en el ambiente, y el caos de la fiesta continuaba en el exterior, lejos de su pequeña burbuja de aislamiento.
Mientras tanto, Martín, ajeno a las advertencias, ignoró el letrero.
Tenía una necesidad urgente de hacer una llamada, algo que no podía esperar.
Su mente estaba agitada, y su corazón latía con fuerza.
Sin embargo, en medio de su prisa, un grito desgarrador resonó en el aire.
—¡Aléjate! —la voz era clara, llena de terror.
—¿Mayte? —preguntó Martín, su voz apenas un susurro, pero lleno de preocupación.
Sin pensarlo dos veces, se dirigió hacia la fuente del grito.
Cuando entró en el baño, su