Manuel apenas humedeció sus labios con el vino, lo suficiente para fingir que había bebido un sorbo.
No lo tragó. Su instinto lo mantenía alerta, como si cada detalle de esa velada pudiera esconder una trampa, acostumbrado al actuar de los enemigos, no iba a repetir errores de antaño.
Observó a los hombres alejarse, y aunque algo en su interior le gritaba que no se confiara, decidió no decir nada.
Tomó la mano de Mayte con firmeza y caminaron juntos hacia el otro extremo del salón, tratando de dejar atrás las miradas inquisitivas que los seguían a cada paso.
Al llegar a la mesa donde estaba la abuela, Manuel se encontró con una escena que confirmaba sus sospechas:
Fely y su madre, Karina, intentaban calmar a la anciana con sonrisas falsas, fingiendo preocupación.
La abuela, sin embargo, se mantenía erguida, con la dignidad intacta.
Manuel, con movimientos calculados, aprovechó un descuido.
Tomó la copa de vino que descansaba frente a Karina y, sin que nadie lo notara, vertió en ella el