Mientras tanto, en el automóvil, Martín y Mayte estaban atrapados en un torbellino de emociones.
El aire dentro del vehículo estaba cargado de una tensión palpable, un cóctel de deseo y confusión que los envolvía como una niebla densa.
Mayte seguía besándolo, cada contacto de sus labios era como un fuego que se avivaba, y Martín, cediendo a la tentación, se sentía más atrapado que nunca.
Nunca había experimentado una atracción tan intensa, especialmente por alguien que había sido su casi exesposa.
Sin embargo, en ese momento, todo lo que había entre ellos parecía desvanecerse, y solo existía el deseo.
Él la acercó más, anhelando sentir su calor, esa conexión que lo hacía sentir vivo.
Cada caricia, cada roce, era una invitación a perderse en un mar de sensaciones.
Pero de repente, Mayte detuvo el beso y se echó a reír, una risa que resonó en el interior del automóvil.
—Me gustas mucho, Manuelito loquito —dijo, sus ojos brillando con una mezcla de picardía y deseo—. Quiero que seas mi es