Cuatro meses después, la mañana parecía contener la respiración.
Mayte y Manuel llegaron al consultorio con las manos entrelazadas, el paso acompasado por los nervios y la esperanza.
Era la ecografía de los cinco meses: el momento en que la vida que crecía dentro de ella dejaba de ser un misterio para convertirse en una imagen que latía en blanco y negro sobre la pantalla.
Afuera, la casa había quedado en manos de Victoria y Martín; los niños jugaban, ajenos a la tensión que asomaba en los adultos.
Para todos ellos, la mentira todavía pesaba como un manto silencioso: Martín seguía creyendo que su esposa era Thea, y aunque había miradas cansadas y deseos de decir la verdad, nadie se atrevía a romper el equilibrio frágil que mantenía unida a la familia.
La camilla chirrió, la gelatina fría sobre el vientre, la pantalla comenzó a emitir sombras y contornos que fueron, poco a poco, tomando forma humana.
Manuel apretó la mano de Mayte con fuerza.
Sus dedos temblaban, no solo por la tempera