El trayecto en auto fue un suplicio, un silencio espeso y venenoso llenando el espacio entre ambos.
Manuel mantenía la vista fija en la carretera, sus nudillos blancos de tanto apretar el volante, su mandíbula tensa como si cada segundo contuviera una furia contenida.
Mayte lo observaba de reojo, con el corazón martillando en su pecho.
El aire dentro del coche era sofocante, cargado de una electricidad que la hacía estremecer.
El coche se detuvo de repente.
—Baja —ordenó.
Mayte obedeció, con las piernas temblorosas.
El miedo volvía a invadirla con fuerza. ¿Acaso ese no era el temido Manuel Montalbán? ¿Qué planeaba hacer con ella?
No conocía aquella casa, era bonita, lujosa y amplia.
Manuel la sujetó de la muñeca y la condujo hasta ahí, caminando por el jardín, siseó para que no hiciera ruido alguno.
Una ventana entreabierta dejaba escapar un resplandor tenue, y tras las cortinas pesadas se dibujaban sombras.
Mayte miró.
Y su mundo se derrumbó.
El viento movía las cortinas, hasta hacer