Ilse apartó a Pedro con fuerza, sus manos temblorosas, pero firmes, mientras lo miraba con una mezcla de temor y rabia que helaba el ambiente.
La tensión entre ellos era casi palpable;
—¿Qué hiciste, Pedro? —preguntó Ilse, su voz cortante como un cuchillo, cargada de incredulidad y enfado.
Pedro bajó la mirada, sin atreverse a sostener la intensidad de sus ojos.
—Yo… lo siento, Ilse, era solo una broma —dijo, con un hilo de voz que apenas sostenía la excusa.
Pero Ilse no estaba dispuesta a aceptar explicaciones.
Sus manos se cerraron alrededor del cuello de su camisa, presionando suavemente, no para lastimarlo, sino para hacerle sentir la gravedad de sus acciones.
—¿Una broma? ¿Herir a mi hijo como si fuera un juego? Pedro, he tolerado muchas cosas. He soportado que no quisieras ser un padre para Manuel, que desearas que la familia favoreciera a Martín, que vieras la fortuna de Manuel como un problema en lugar de una bendición. Pero esto… esto es distinto. Lo que no permitiré bajo ning