Por la noche.
Manuel cuidó de Mayte con una ternura que la sorprendía.
Mientras lavaba su herida con delicadeza, la miraba a los ojos, buscando su aprobación.
Ella se sentía confundida; ¿cómo era posible que ese hombre, al que todos llamaban loco, pudiera ser tan adorable con ella?
La suavidad de sus manos contrastaba con la brutalidad de lo que había sucedido.
Cada toque era un recordatorio de su vulnerabilidad, pero también de la calidez que podía encontrar en él.
Una vez que terminó de limpiar la herida, Manuel aplicó el ungüento con un cuidado casi reverencial, como si estuviera tratando algo sagrado.
Luego, con movimientos precisos, comenzó a vendarla. Mayte se dejó llevar por la sensación de protección que emanaba de él, aunque una parte de su mente luchaba por entenderlo.
La confusión se mezclaba con un atisbo de gratitud.
En medio del caos emocional, él se convertía en un faro de calma.
De repente, la puerta se abrió, y Hernando apareció con una sonrisa radiante.
—¡Traje nieve