Todos reían.
Se burlaban de Mayte con una maldad pura que la atravesaba como un cuchillo afilado.
Cada risa era un golpe en su corazón, cada comentario hiriente un recordatorio de su soledad.
Mayte limpiaba sus lágrimas con la mano temblorosa, sintiendo que la ira, un sentimiento tan conocido, se apoderaba de toda su alma y su piel.
Era una ira visceral, que brotaba de lo más profundo de su ser, y que ahora la empujaba a actuar.
Observó a Fely sonreír, esa sonrisa arrogante que siempre la había irritado.
Sin pensar, la tomó del cabello con fuerza, acercándola al fuego de la chimenea.
El brillo de las llamas iluminó sus rostros, y Fely lanzó un grito de dolor al ver el fuego tan cerca de su bella cara, esa belleza que tanto apreciaba.
La imagen de su sufrimiento era un espectáculo que Mayte, en su furia, disfrutaba de manera oscura.
—¿Quieres el anillo? —preguntó Mayte, su voz cortante, como un cuchillo—. El anillo que Martín me dio en nuestro matrimonio, el anillo que nunca pudiste ten