Maryam se levantó muy temprano al día siguiente.
La luz del amanecer se filtraba entre las cortinas de lino blanco, tiñendo la habitación de tonos dorados.
Sentía una emoción extraña que no sabía describir del todo: una mezcla de alegría, ansiedad y esperanza. Había dormido poco, pero su mente no dejaba de pensar en lo que le esperaba ese día.
Se levantó con determinación.
Encendió la música en su teléfono mientras se arreglaba; una vieja canción de amor sonaba de fondo, y sin saber por qué, se sorprendió sonriendo.
Eligió un vestido rojo, elegante y sencillo, que realzaba su figura sin ser demasiado provocador. Se peinó con esmero y aplicó un labial carmesí, el mismo que solía usar cuando necesitaba sentirse fuerte, invencible.
Frente al espejo, respiró hondo.
—Hoy todo cambiará —se dijo a sí misma con voz firme.
Antes de ir al juzgado, donde debía firmar unos documentos importantes, Maryam había acordado encontrarse con Fiona.
La cita era en un laboratorio médico del centro, un lugar