La sala quedó en silencio cuando Manuel subió al podio.
Tomó la mano de Mayte y, por un segundo, todos contuvieron la respiración.
Un aplauso rompió la tensión; muchas manos se unieron, algunos sorprendidos por la decisión, otros felices.
Pero Martín no aplaudió. Su rostro se volvió rojo, la mandíbula se tensó. No pudo disimular la rabia.
Se acercó a Mayte, la voz temblando de furia.
—¡Esto es una maldita broma! —gritó, y la palabra rebotó entre los invitados.
Mayte y Manuel bajaron del estrado con calma. Saludaron, se despidieron, como si nada de lo que decía Martín importara.
Él los siguió, decidido a cortar cualquier celebración.
Justo entonces, Fely se interpuso en su camino, con una expresión de alarma mezclada con súplica.
—¡Mi amor! —llamó, intentando calmarlo.
—¡Ahora no, Ofelia! —respondió Martín, y su voz fue tan dura que todos se volvieron a mirar—. ¡La fiesta ha terminado!
Fely se quedó paralizada, humillada, sin argumentos.
La gente murmuró, y en el pasillo el aire se carg