En la mansión Montalbán
La atmósfera en la mansión Montalbán era tensa, cargada de emociones reprimidas y viejas rencillas.
La abuela, una mujer de carácter fuerte y mirada, penetrante, discutía acaloradamente con Ilse y Pedro en el gran salón, donde los ecos de sus voces resonaban como un trueno en el aire pesado.
—¡No voy a poner a esa niña en el testamento, entiéndanlo de una buena vez! —declaró la abuela, su voz firme y decidida, como si estuviera sentenciando a muerte el futuro de su bisnieta.
Ilse, visiblemente angustiada, no podía contener su indignación.
—¡Es tan bien tu bisnieta! Madre, ¿cómo puedes ser tan cruel? —exclamó, sus ojos brillando con lágrimas que amenazaban con derramarse.
La frustración la consumía, y cada palabra parecía un intento desesperado por hacer entrar en razón a su madre.
La abuela, sin embargo, se enojó mucho más, su rostro enrojecido reflejando la rabia que la consumía.
—Si quieres que esa niña reciba algo, incluso mínimo, deberán demostrar que es mi