—¡Martín, no te atrevas! —gritó Mayte, su voz temblando de miedo y rabia. El corazón le latía con fuerza mientras veía cómo su hijo, Herny, se alejaba de ella.
Martín se volvió hacia atrás y sonrió, una sonrisa que helaba la sangre.
—¡Mami, mami, tengo miedo! —lloró Herny, alzando sus manitas en un gesto desesperado.
La imagen de su pequeño, asustado y vulnerable, desgarraba el alma de Mayte.
No pudo hacer nada, solo maldijo entre dientes a Martín.
Lo odiaba como nunca, y mientras lo veía partir lejos de allí, una oleada de impotencia la invadió.
Manuel la detuvo, notando la locura en sus ojos.
—¡No, no, no! ¡Se lo llevó con él! ¡A él no le importa su propio hijo! ¡Lo llevó con Ofelia, que es tan cruel! ¡Es mi hijo, no puedo vivir sin él, no puedo, Manuel! —las palabras salían de su boca como un torrente, llenas de dolor y desesperación.
Él la abrazó con fuerza, sintiendo su angustia.
—¡Te juro que voy a recuperar a tu hijo! Nuestro hijo —dijo lo último en un susurro, como si esas pala