—¡Manuel, eso no es cierto! —gritó la abuela, su voz resonando en el aire tenso de la habitación.
Con manos temblorosas, tomó la mano de su nieto, intentando infundirle algo de fuerza mientras lo guiaba hacia ella.
Manuel, con la cabeza gacha y una expresión de derrota marcada en su rostro, la siguió, sintiéndose como un náufrago en un mar de confusión y dolor.
La mirada de su abuela era un refugio, pero también un recordatorio de la tormenta que se desataba a su alrededor.
Mayte, incapaz de soportar la escena, los siguió con el corazón latiendo desbocado.
Pero antes de que pudiera alcanzarlos, Martín la detuvo con un agarre firme en su brazo, sus ojos llenos de desdén.
—¿No sientes vergüenza de ti misma? Me cambiaste por ese hombre, ¡un abusador! Mayte, no te alcanzará la vida para arrepentirte —su voz era un torrente de ira, y cada palabra parecía un golpe en el pecho de Mayte.
Su mente se debatía entre la defensa de Manuel y la cruda realidad que Martín le estaba arrojando a la cara