El sonido de su teléfono resonó, interrumpiendo el silencio pesado que se había instalado entre ellos.
Hernando frunció el ceño, irritado, y tuvo que alejarse unos pasos de Maryam antes de contestar.
Su mano se extendió con firmeza, sosteniendo el teléfono como si fuera un arma, con el ceño fruncido y los labios apretados.
Maryam lo observó, sonriendo con una mezcla de diversión y desafío, disfrutando de ver cómo aquel hombre, siempre tan seguro y controlado, se veía ligeramente alterado.
Él salió afuera hacia el pasillo.
—¿Bisabuela? —respondió Hernando con un hilo de incredulidad en la voz, mezclado con cierto respeto que siempre le inspiraba la mujer mayor.
—Hernando Montalbán, ¡mis amigas me contaron un chisme! —exclamó la bisabuela desde la línea—. ¡Que estás peleado con tu esposa! Eres un tonto como lo fue tu tío Martín. ¿De verdad harás que tu bisabuela, ya tan vieja y frágil, muera de preocupación por tu culpa?
El corazón de Hernando se apretó ante la voz autoritaria y jugueton