Mayte estaba al borde del colapso.
Su respiración era entrecortada, sus lágrimas caían sin control y su corazón latía con fuerza desbocada.
Cada segundo parecía una eternidad mientras buscaba con la mirada el rastro de Manuel y del pequeño Herny.
La ansiedad la consumía, el miedo de perder a su hijo la había hecho olvidar cualquier otra cosa, cualquier temor propio.
Sollozaba desesperada, sus manos temblaban, y por un instante se sintió completamente impotente ante la situación.
Entonces, entre la distancia y el polvo levantado por los cascos de los caballos, lo vio.
Manuel cabalgaba hacia ella con firmeza, pero al mismo tiempo con una delicadeza en su mirada que hacía evidente cuánto le importaba el pequeño.
En sus brazos sostenía a Herny, quien lloraba, pero ya estaba a salvo.
Un suspiro de alivio escapó de los labios de Mayte, que casi no podía creerlo.
El niño estaba sano y salvo, y todo ese miedo y desesperación comenzaban a transformarse en un hilo de esperanza.
Sin pensarlo, May