—Pero, hay condiciones —dijo la abuela Milena con aquella voz firme que siempre lograba imponer silencio en la mansión.
Martín, que aún sostenía la mano de Fely con fuerza, la miró con incertidumbre.
El corazón le latía desbocado, porque sabía que cuando su abuela hablaba de condiciones, nada era sencillo.
—¿Cuáles, abuela? —preguntó, tratando de sonar calmado, aunque por dentro la ansiedad lo carcomía.
Milena entrecerró los ojos, dejando que el peso de sus palabras cayera sobre los dos jóvenes.
—Un divorcio justo. Le darás la mitad de tus activos a Mayte. Una pensión adecuada, suficiente para que ella y tu hijo vivan sin carencias. La custodia deberá ser compartida; tendrás derecho a ver al niño cada fin de semana. Además, tú asumirás el pago de sus estudios, de principio a fin. Y la herencia que reservé para ti… —pausó, disfrutando el dramatismo del momento—, a partir de ahora, será para tu hijo.
El silencio que siguió fue brutal.
—¡¿Qué?! —exclamó Fely, como si aquellas palabras fu