El corazón de Mayte golpeaba con tanta fuerza que parecía querer escapar de su pecho.
Cada latido le retumbaba en los oídos, como si anunciara un destino inevitable.
Su mente le gritaba que aquello era imposible, que ese hombre solo quería humillarla, arrastrarla a su propio juego sucio.
Pero había algo en esos ojos oscuros, profundos como abismos, que le decía otra cosa… algo mucho más peligroso: Manuel Montalbán no jugaba por capricho.
Jugaba para poseer.
Y ella estaba a un paso de caer en su red.
—¡Estás loco! —exclamó con un hilo de voz, en un intento desesperado por librarse del magnetismo que la tenía atrapada.
Apenas la palabra salió de sus labios, sintió un estremecimiento en la piel.
La mano de Manuel se posó sobre su cuello. No la apretaba, no la lastimaba, era apenas un toque… pero uno cargado de un poder que la hizo temblar hasta la médula.
—¿Loco? —repitió él, con esa sonrisa torcida que no dejaba claro si era amenaza o burla.
Ella tragó saliva con dificultad.
¿Realmente