La mancha

Cristina, impactada por lo que Salvador acababa de decir, lo miró directo a los ojos.

—No… no sabes lo que estás diciendo —murmuró, con la voz temblorosa.

Él se acercó aún más, tan cerca que su respiración rozó la mejilla de ella.

—Lo sé perfectamente —respondió con firmeza—. Sé lo que estoy diciendo… y sé lo que estoy sintiendo.

—Pero esto no tiene ningún sentido. Tú… tú me odiabas. Nunca mostraste interés por mí. Todo el tiempo me llevabas la contra —dijo Cristina, retrocediendo un paso.

Salvador negó suavemente, con un suspiro casi doloroso.

—Y qué otra cosa querías que hiciera… sabiendo que era él a quién besabas —Su pulgar rozó los labios de ella, lento, como si temiera quebrarla—. A quién tocabas…

La otra mano de Salvador descendió por su cintura, cálida, firme, hasta rozar sus muslos. Al sentir su piel, Salvador apretó los ojos con fuerza.

—No quiero pensar en nada que tenga que ver con ese maldito —susur
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