-No quiero que te metas en esto -me dijo David cuando entré en la cocina-. Es peligroso. Además, estás embarazada.
Su voz sonaba firme pero al decir lo último sonó apagada, asustada, tan baja que apenas logré escuchar.
-No moveré un dedo -le aseguro tranquila-. Te lo prometo.
Y lo decía en serio. No iba a mover un dedo. Jorge y sus cómplices moverían todos sus dedos y, al final, no iban a ganar. De eso estaba segura.
-No, Karla, no pie -se calló y me miró, estaba confundido-. ¿Qué has dicho?
-Qué no moveré un dedo -le repito, y le di un sorbo a mi zumo-. Lo prometo.
-¿Qué mosca te picó? -me pregunta acercándose a mí-. Hace un rato nos dijiste que...
-Sé lo que dije, mi amor -le interrumpo con cariño-. Pero no me voy a arriesgar a nada. Menos a perder a mi bebé.
-De verdad, Karla -me dijo Alejandro-. ¿Qué mosca te picó?
Lo miré, le sonreí y volví a dar un sorbo a mi zumo. No pensaba darle esperanzas a mi familia. No dudaba que entre ellos mismos iban a comerse, pero aun así mi familia